domingo, 10 de enero de 2016

Yi Yi (2000) de Edward Yang

Yi Yi” (2000) **** obra maestra
Dirigida por Edward Yang
173 minutos


Yi Yi” es una película de tres horas que repetidamente muestra a los personajes reflejados en ventanas o espejos, a veces transparentes, como desvaneciéndose, fantasmas sobre las luces de una ciudad que nunca cambia. Es la historia de una familia, pero también se da el privilegio de seguir a un sinfín de personajes secundarios, dándonos pequeños vistazos de las numerosas películas escondidas dentro de este tremendo trabajo de Edward Yang. Como la filmografía de Tsai Ming Liang (también parte de la Nueva Ola Taiwanesa), Yang presenta a sus personajes en planos abiertos, puestos contra enormes estructuras de cemento o de metal o -a veces conmoviéndonos con la humilde (véase: “simple”) genialidad de su mise en scene- vueltos tan solo una pequeña parte de grandes grupos de personas cubriendo el plano con sus propios dramas y problemas. Su preferencia por las tomas largas dejan al ojo libre para desplazarse con comodidad por el espacio, guiado por las elegantes composiciones y descubriendo, entre otras cosas, a un borracho que no puede despegarse de su asiento, unas niñas jugando a lo lejos mientras dos hombres hacen negocios y a un ruidoso grupo de chicos que sorprenden cuando salen del fondo para insertarse repentinamente en la acción principal. Estos mundos paralelos articulan con inteligencia la temática urbano-existencialista de la película (todos los chinos aman Antonioni, al parecer).



En uno de los mejores momentos en la historia del cine, el llanto de un personaje visto a través de una ventana es reemplazado, cuando la persiana se cierra, por las cientos de luces y ventanas del reflejo de la ciudad en el vidrio— todo esto mientras escuchamos, no a la pareja que espiábamos por la ventana, sino otra discusión amorosa que sucede en el departamento de al lado. Usted podría -si desea- grabar el mismo momento ahora mismo con un celular, pero se le haría difícil recrear la hechicería que Yang invoca en ese plano. En la ciudad estamos rodeados siempre de personas pero hay tanto que no vemos, tanto que nunca podremos llegar a entender del todo. No es mío el dolor que no conozco— felizmente el cine nos acerca a lo ajeno, como el personaje del niño, que entrega a la gente fotografías de la parte de atrás de sus cabezas porque -en una frase que encapsula un poco la película- “no podías verlo así que te ayudé”. Otra frase que podría también resumir esta obra maestra: “Nunca estoy feliz, ¿sabes?” (O la respuesta casi cliché del personaje más o menos principal: “¿Cómo puedes ser feliz haciendo algo que odias todos los días?”) Aún más relevante, de la boca de un chico flacuchento que más adelante cometerá un error: “Las películas son como la vida. Por eso nos gustan”.

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