“The Hateful Eight” (2015) **** obra maestra
Dirigida por Quentin Tarantino
167 minutos
La octava película de Quentin Tarantino es una obra grosera y excesiva, que abusa de su audiencia; es un misántropo ejercicio de sadismo lleno de personajes asquerosos, asesinos, embusteros, igual de cínicos que su creador y, sobre todo, llenos de resentimiento y desconfianza, llenos de odio. Es quizás su mejor película. Definitivamente su más difícil, su más osada.
Tarantino siempre será Tarantino pero esta película es distinta a lo que ha hecho antes en varios aspectos. Uniéndose a su baúl de influencias está una fuerte presencia temática del noir, esa mentalidad fatalista que nos trajo el final de "Kiss Me Deadly" y putrefacción moral de "Act of Violence" (aquí también hay héroes falsos). En lo narrativo está endeudada -creo- al cine de Hitchcock y obras como "Lifeboat" (especialmente) o "Dial M for Murder".
Ocho personajes (más o menos) encerrados en una cabaña— y tal vez nadie es quien dice ser. ¿No suena a algo que haría él? (Ni hablar de la secuencia del veneno).
Por otro lado, la influencia visual más evidente es Howard Hawks, un cineasta que Tarantino siempre ha citado -en películas y entrevistas- pero que, en esta ocasión, guía su mano de tal manera que “The Hateful Eight” debe ser su film más sobrio y medido en lo formal. Esto fue grabado en setenta milímetros, formato ancho que utiliza el film con suma inteligencia. Los interiores son filmados en enormes planos generales que nos envuelven en el universo de la cabaña de Minnie. La cámara sigue a sus varios personajes con movimientos casi invisibles y nada ostentosos. El uso de la profundidad de campo deja que se desenvuelvan acciones paralelas con una destreza que revela a Tarantino como discípulo del estilo clásico.
Las secuencias exteriores en la nieve también están bien logradas— cuando suena al inicio la siniestra música del maestro Morricone, acompañada de planos panorámicos de una carroza que atraviesa campos blancos bajo nubes grises, escapando de una terrible tormenta solo para encontrar -así de rápido lo sabemos- tragedia y sangre, el film alcanza esa famosa “poesía visual” de los westerns de Ford. Adornos estilísticos hay muy pocos: un narrador que resalta la teatralidad de la obra y cámaras lentas que acentúan momentos de violencia; violencia que por primera vez no busca excitar sino dar asco. (Hasta se codea con el splatter).
La cabaña de Minnie resulta ser Estados Unidos en miniatura, un lugar donde el sueño americano (el de la multiculturalidad) es por fin revelado como una grandísima farsa. Aquí nadie es inocente. Todos se tratan de negro (“nigger”) o de blanco (“cracker”) o de mejicano o confederado o perra, constantemente recordando los abismos históricos/sociales/raciales que los separan y vuelven eternos enemigos, evitando que confíen el uno del otro y convivan en harmonía. En las palabras de Bruce Dern: “No conozco a ese negro. Pero sé que es un negro. Y eso es todo lo que necesito saber”. Aquel anhelo que tuvo Lincoln por un país unido es una ficción, como la que estamos viendo nosotros.
Y no se equivoquen— la ficción es poderosa. Es justamente el mito de Lincoln lo que une a Samuel L. Jackson y Kurt Russell/John Wayne. Cuando esa ficción se quiebra, el racismo de Russell sale a flote y de nuevo se antagonizan. Es un tema que Tarantino ya tocó en “Bastardos Sin Gloria” (¿su mejor?) y “Django Sin Cadenas” (de lejos su peor): la ficción como arma conciliadora, como correctivo histórico. La diferencia es que “Los Ocho Más Odiados” (tremenda joya de título) nos hace notar lo frágiles que son las ilusiones que inventamos para poder vivir en paz.
De eso trata la escena final, cuando Jackson y el racista sureño de Walton Goggins rinden tributo y mitifican a Russell (un psicópata más) como si fuese el compás moral de la película, confraternizado a pesar de sus diferencias y gracias al poder de la ficción (que es también el poder del autoengaño). Y así, ambos sonríen, se inclinan para atrás como si estuviesen en el cine y se deleitan al ver disfrazado de justicia al último asesinato de una película llena de ellos.
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