"Chronique d'un Été" (1961) *** muy recomendada
Dirigida por Edgar Morin y Jean Rouch
90 minutos
Dijo alguna vez el filósofo Theodor Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto barbárico”. Y lo es. Ignoro si se ha escrito mucho acerca de la influencia en el cine de aquellas fotografías (y películas) de cuerpos muertos en fosas enormes; tan solo consideremos que después de la segunda guerra mundial surge, por ejemplo, el neorrealismo italiano, movimiento que en sus momentos más pobres está convencido que el cine debe -¿acaso puede?- ser “honesto”. Es decir, que una película pase de ser un mero artificio o juego de espejos (entretenimiento) a ser casi un registro objetivo y sin línea editorial (el verdadero arte). No todos los neorrealistas caen en esa tramposa dicotomía. Muchos se salvan, entendiendo que el cine (ya sea el corte o el encuadre o la sonorización o el póster) nunca podrá ser completamente objetivo y siempre tendrá una línea editorial. Cada decisión presupone una intención— inclusive la no-decisión. (Luego todos esos italianos adoptarán estilos más -llamémoslo así- expresionistas. Visconti fue a dirigir “The Damned”. Rossellini fue a dirigir “La Toma del Poder de Luis XVI”. Y Fellini…)
En todo caso, ellos hacían ficción. Una ficción austera que (después de Auschwitz) encuentra vulgares los trucos de las comedias musicales y películas fantásticas; pero ficción, después de todo. Más difícil la tienen los documentalistas. Especialmente esos partidarios del “cinema vérité” (término inventado por Edgar Morin, co-director junto al etnógrafo Jean Rouch), para quienes la presencia de gente “real” frente a una cámara “invisible” (aquel mítico fly-on-the-wall) es demasiado tentadora como para no declarar que están en contra de la “manipulación” o que ellos son “no participativos”.
Lo realmente genial de “Crónica de un Verano” es que abandona esas pretensiones apenas comienza el film, cuando los dos directores aparecen en pantalla reflexionando acerca de su propio rol en la película y el efecto que la cámara y sus preguntas tendrán en sus personajes. ¿Qué tanto de lo que veremos será “cierto”? ¿Importa? Comenzamos con una premisa (la misma pregunta hecha a gente ordinaria en la calle: ¿eres feliz?) pero pronto la película se enamora de ciertos personajes y los deja discutir acerca de una infinidad de temas, incluyendo el holocausto, la guerra de Argelia y aquellas personas de ojos oscuros y apagados que están siempre fuera de lugar a menos que sea domingo por la tarde y puedan camuflarse entre la melancolía del fin de semana.
Y en la famosa escena final los personajes se ven proyectados en la pantalla y el juego de espejos (herencia de Méliés y de Murnau) se vuelve evidente cuando -todavía en la sala de cine- discuten anonadados acerca de lo que han visto. Algunos aseguran que la película no los representa bien y repiten, de vez en cuando, en distintos tonos de voz: “Ese no soy yo...”
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